En los últimos 20 años, las estrategias
utilizadas para reducir el impacto ambiental de las industrias se han centrado
en la mejora de sus procesos productivos a través de la implantación de
sistemas de gestión medioambiental o acciones de tratamiento denominados de
final de tubo. Es decir, si la empresa tenía un problema de contaminación de
sus aguas residuales instalaba una depuradora, si el problema era de
contaminación atmosférica instalaba un filtro en su chimenea. Más
recientemente, y delante de la gran cantidad de residuos generados por el
consumo de productos aparece la estrategia de las 3 R: Reducir siempre que sea
posible, Reutilizar como segunda opción y Reciclar como última opción. Aunque
es cierto que este tipo de estrategias han resultado efectivas en la mejora
ambiental de determinados aspectos a nivel local (p. ej. mejora en la calidad
de las aguas de nuestros ríos), también se ha constatado que han sido
inefectivas para la mejora de problemas ambientales globales (p. ej. el
calentamiento del planeta por el denominado efecto invernadero, etc.). Esto es
debido a diferentes factores: en muchos productos su etapa de mayor impacto no
se produce en su fase de producción, es decir, en la fábrica donde se está elaborando
el producto, sino en otras fases de su ciclo de vida (más del 90% del impacto
producido por un coche considerando todas las etapas de su vida se produce
durante la fase de uso); los productos no están diseñados en la mayoría de los
casos para que los consumidores puedan utilizarlos con facilidad ni para que su
reciclaje sea efectivo (normalmente en cualquier proceso de reciclaje es
necesario introducir material virgen para que el producto resultante tenga una
calidad aceptable); ni incluso la reducción del consumo resulta efectiva
teniendo en cuenta que un elevado porcentaje de los productos dependen de
recursos no renovables y no están hechos para evitar su impacto ni en la fase
de uso ni en la fase de residuo, su reducción, por tanto, no soluciona el problema,
simplemente ganamos tiempo antes de que se hagan palpables sus consecuencias.
Entonces, ¿qué podemos hacer? La única solución posible es Repensar la manera en cómo estamos haciendo las cosas, intentando que los ciclos de los productos sean ciclos cerrados que se asemejen a los ciclos naturales. Sólo repensando nuestra manera de producir seremos capaces de incidir sobre los problemas ambientales globales. Sería necesario ponerse ya a pensar en ello.
Alejandro Conde Ruiz (PCPI2)